sábado, 2 de abril de 2016

El Anticristo: Capítulo 25, 26 y 27


La historia de Israel tiene mucho valor, en la época de reyes su Dios era aquel del cual se esperaba la victoria y salvación; con el paso del tiempo este Dios ya no fue la misma cosa con Israel, se volvió un Dios de condiciones y los sacerdotes interpretaron este cambio que la fortuna es un premio y la desventura un castigo por desobedecer a Dios.
Un Dios que exige, en lugar de un Dios que socorre, que aconseja, que es, en el fondo, el verbo de toda feliz inspiración del valor y de la confianza en sí. La moral no es ya expresión de las condiciones de vida y de crecimiento de un pueblo, no es ya su más profundo instinto de vida, sino que se ha vuelto abstracta, se ha vuelto contraria a la vida; la moral es la perversión sistemática de la fantasía, es la mala mirada para todas las cosas. ¿Qué es la moral judaica, qué es la moral cristiana? Es el acaso que ha perdido su inocencia; es la desventura manchada con el concepto de pecado; es el bienestar considerado como peligro, como tentación; el malestar fisiológico envenenado por el gusano del remordimiento...
¿Qué significa orden moral del mundo? Que hay, de una vez para siempre, una voluntad de Dios respecto de lo que el hombre debe hacer o dejar de hacer; que el valor de un pueblo, de un individuo, se mide por el grado de obediencia prestada a la voluntad divina.
La realidad puesta en el lugar de esta miserable mentira, significa: una raza parasitaria de hombres que prospera únicamente a expensas de todas las formas sanas de la vida, la raza del sacerdote, que abusa del nombre de Dios, que llama reino de Dios a un estado social en el que el sacerdote fija el valor de las cosas, que llama voluntad de Dios a los medios con los cuales semejante estado es conseguido o conservado.
Porque hay que comprender esto: toda costumbre natural, toda institución natural (Estado, tribunales, bodas, asistencia a los enfermos y a los pobres), toda exigencia inspirada por el instinto de la vida, en resumen, todo lo que tiene en sí su valor, es, por el parasitismo del sacerdote (o del orden moral del mundo), privado sistemáticamente de valor, opuesto a su valor: y luego es precisa una sanción, es necesario un poder valorizado que niegue en aquellas cosas la naturaleza, y cree para ellas precisamente un valor... El sacerdote desvalora, quita santidad a la naturaleza: a este precio, en general, existe. La desobediencia de Dios, o sea al sacerdote, a la ley, recibe de ahora en adelante el nombre de pecado: los medios para reconciliarnos con Dios son, como se ha convenido, medios por los que la sujeción al sacerdote es garantizada aún profundamente: el sacerdote es el único que puede salvar... Desde el punto de vista psicológico, en toda sociedad u organización sacerdotal los pecados se hacen indispensables: son los verdaderos manipuladores del poder; el sacerdote vive de los pecados, tiene necesidad de que haya pecadores... Principio supremo: “Dios perdona a los que hacen penitencia”; en otros términos: Dios perdona a quien se somete al sacerdote.

En este terreno tan falso, en que toda la naturaleza, todo valor natural, toda realidad tenía contra sí los más profundos instintos de la clase dominante, creció el cristianismo, forma de enemistad mortal hacia la realidad aún no superada.